viernes, 30 de septiembre de 2011

Colibrí de alas caídas

I
No dejo de pensar que nuestros caminos están distanciados
que no te asusta la separación porque es natural
como desprenderse del nido
pero yo no vuelo sin tu aire
no sé meterme a las sombras y nadar en lo desconocido
fuera del nido donde te has visto no sé volar

Me asusta volverme ciudad mientras tú pueblo
                que después de esta historia des la historia al olvido
Me ahoga esta lejanía
                este océano de distancia que no sé salvar.

II
Te pienso tranquilo,
                despreocupado,
                desprovisto del sentido de entender que te amo más que a mi mano derecha
a la que arrancaría las uñas y los dedos si prometieras pintar tú nuestro nosotros
Pero tus colores están en ella
y soy un yo
y ella es un ustedes en tu cabeza
mientras nosotros un problema que terminará en otro nosotros
                                                                                                [+ ella]
                                                                           y un yo
                                                                                                [donde nunca seré tan otra en la primera                                                  
                                                                                                persona del singular]

III
Todos los niños saben nadar recién nacidos, dijiste,
el instinto los salva
¿pero a nosotros? ¿quién nos puede curar las inseguridades?
Los miedos y la conciencia nos mandaron a la mierda
Seguimos siendo los dos caminos de siempre
que se juntaron en una enramada
y ahora se tienen que separar
como nos separaste esa noche en que necesitaba la cercanía de tu cuerpo para saber que no estaba sola
y sólo me presentaste un abismo
tuve que saltar.
Ahora me ahogo en la distancia
           Ahogo la distancia
    Sin tu aire           No sé volar.

Fotografo: Adrian Esparza
Modelo: Selene Villarreal
Lugar: Fonoteca Nacional

viernes, 23 de septiembre de 2011

Duelo (versión 1)

Cubría su pecho una camisa, la camisa su perfume, el perfume una forma de olvidar su aliento. Los botones hasta el cuello y la corbata, que no era del color de la camisa ni olía al perfume de su padre sin aliento. Cruzó entonces la puerta con su camisa y su corbata y lanzó un suspiro al viento. Ahogó el llanto en los ojos para nublar la realidad. Abrazó a su madre de llanto atorado en el alma sin tiempo. El abrazo lo asfixió como el negro de su camisa y la corbata y no percibió de los cabellos de su madre el aroma que arrastraba el viento a la ventana como ahora no sentía la brisa por la ventanilla camino al lugar. Autómata, la calle marcó el camino y el alto indicó el lugar. En el cuarto gente mil gente y más gente; brazos y abrazos y mil abrazos. Promesas de paz.
            En el cajón su padre sin perfume, su madre sin aliento y él sin halito de respirar.

Granade



¿De qué sirve que alguien sostenga una granada por ti si no es por quien tú lo haces?


jueves, 22 de septiembre de 2011

martes, 20 de septiembre de 2011

Y tú eres pueblo

Eres la puerta a mi pueblo
derrochas espacio
tienes la inmensidad del bosque en el ser
la profundidad de un lago

Al verme en tu espejo fui otra
porque eras diferente
y somos "nosotros".


Eres un dos fuera de las matemáticas,
corona de signos que fertiliza las dudas de mi campo,


Eres el miedo a perder los silencios 
y ser

Eres el monero del viento,
dibujas acordes hacia los oídos
y corremos tras las notas
en un valle de silencios.


Las aves se ramifican en el cielo
custodiándonos
¡Que no se nos acabe este cuento!
donde el príncipe da al mendigo la última miga de pan.


sábado, 17 de septiembre de 2011

martes, 13 de septiembre de 2011

Prórroga perpetua

Fernanda corrió entre el caos que poblaba las calles con la esperanza de alcanzarlo pero, a pesar de dejar atrás a Julieta, fue en vano; bajo la escultura tiritaban de frío un par de hombres: ninguno era él.
            –Otra vez me manda a buzón –dijo tras marcar el celular por décima vez. Julieta no contestó. También Fernanda guardó silencio.
            –¡Mierda! –se quejó Julieta después de un rato–: Tengo agua hasta el culo y este pendejo no llega. ¡Chingadamadre! ¿Nos podemos ir ya?
Fernanda le lanzó una mirada reprobatoria.
–Quedamos a las seis y ve la hora que es –le recordó a su amiga, conciliadora. Le hubiera gritado pero también se sentía culpable del granizo que le dejó a la chica un arañazo rojo en la mejilla.
–Uuuuy, qué mal me siento por haber hecho esperar doce minutos al hijo de puta –ironizó con los ojos en el reloj–. Te aviso, cuando lo vea le meteré un putazo que hasta sus nietos preguntarán por qué se soba.
–¿Y a él por qué?
–¿Cómo que por qué? Desde que se enteró no ha hecho otra cosa que sacarte la vuelta.
–Ha tenido cosas que hacer –lo disculpó–. Es un hombre muy ocupado. La escuela, el trabajo…
–Sabes qué, ya cállate, Fernanda. No puede ser que estés tan ciega.
Fernanda no entendía por qué Julieta estaba tan molesta. Después de todo la culpable de que estuvieran empapadas y no haber llegado a tiempo era ella, Joaquín no tenía nada que ver.
–Eres muy injusta con él.
–¿Injusta yo? –se indignó Julieta–. Para tu suerte eres momentáneamente inmune –aseguró mirándole el vientre–. Siete meses más y te mostraré lo que es ser injusta, a bola de madrazos.
Siguió silencio. Ya había pasado una hora y Joaquín no aparecía; tampoco contestaba el celular. Fernanda tenía miedo de que él la castigara con el silencio, justo ahora que más lo necesitaba.
–¿Ya nos podemos ir? –volvió a preguntar Julieta, calmada con el silencio de los minutos bajo la lluvia.
–¿Y si el camión se atrasó por la lluvia? Esas cosas pasan. El tráfico se pone pesado y…
–Ay no puede ser –exclamó, incrédula. Hizo un gesto con la mano indicándole que se callara, se abrazó el cuerpo y no dijo más.
Cada vez había más hombres bajo la escultura esperando el cese del agua. Fernanda recorrió cada rincón con la mirada por si él estaba ahí, buscándola sin encontrarla.
Nada.
–¡Puta madre! –saltó de nuevo Julieta–. Tengo un pinche frío que no puedo con él. –Cuando el viento arreció, Julieta estaba casi morada y no paraba de temblar–. No puedo creer que estés tan tranquila. Deberías pensar más en ti e irte a dar un baño. Yo como sea, pero a ti, Fernanda, te va a hacer daño.
–¿Y si me voy y llega? Va a pensar que no me interesa y esto es muy importante.
–¿Sabes qué? Tú nomás no aprendes. Ahí espéralo si quieres, yo me voy  –anunció.
Y así lo hizo.
Casi de inmediato surgió en el interior de Fernanda una anguila que le nadó por el cuerpo. Se arrastraba en una corriente de tristeza y, precisamente, se le atoró en el cuello cuando Julieta tomó el taxi hacia su casa.
No supo si las gotas que le bañaban la cara escurrían de su cabello o de sus ojos.
Ya eran las ocho y diez. Ahora la escultura estaba vacía.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El que la hace, la paga

Sólo un pensamiento en mi cabeza. 
Sólo uno. 
Y no sé si me duele o me regocija:
Venganza saciada a través de un tercero.



jueves, 1 de septiembre de 2011

Un día en la vida de... (borrador)

Gloria lo sacó de la bolsa, lo fundió a baño maría, lo vertió en un molde de plástico y lo rellenó con una pasta cremosa; después de haber pasado un par de horas a temperatura ambiente ya podía decirse que existía: un chocolate.

El destino del chocolate relleno sería ser alimento para una chica delgada, obsesionada con los espejos, por lo que Gloria lo hizo ver presentable ese día. Lo envolvió en celofán y le puso un listón rojo. Ya con él en la canasta, se dirigió a casa de la chica delgada, obsesionada con los espejos.

Como todo chocolate, éste detestaba el sol, porque lo deformaba y envejecía; le temía al tiempo porque lo endurecía y ansiaba encontrar su muerte en una boca que le permitiera habitar un cuerpo que no se preocupara del sol ni del tiempo.

Pero como muchos chocolates, no tuvo suerte es día. Gloria, al llegar a su destino, no sólo fue recibida por el mayordomo de la chica delgada, obsesionada con los espejos, sino con la noticia de que ésta había tenido complicaciones el día anterior y había muerto. Gloria perdió la fuerza de las piernas y la sensibilidad de las manos y el chocolate rodó hacia el basto jardín que adornaba la fachada. Gloria, absorta en sus pensamientos, dio media vuelta y recogió sus pasos hasta llegar a su casa, olvidando al chocolate que, para las seis de la tarde, con el sol al cenit de su listón rojo, lo deformó y envejeció dentro de su casa de celofán.